sábado, 10 de octubre de 2020

«¿Quién eres tú para juzgar?» (breve crítica al relativismo)

"Hay una cosa de la que un profesor puede estar absolutamente seguro: casi todos los estudiantes que entran en la universidad creen, o dicen creer, que la verdad es relativa (...) Los estudiantes no pueden, por supuesto, defender su opinión. Es algo con lo que han sido adoctrinados"

(Allan Bloom. El cierre de la mente moderna.)

La frase «¿Quién eres tú para juzgar?» (y similares o derivadas, como por ejemplo «vive y deja vivir») es el caballo de batalla de la «nueva tolerancia». Se utiliza para acallar a las personas y evitar que pronuncien juicios (en el sentido de análisis, no de condenación) morales. Es decir, con ella se busca evitar que las personas expresen su opinión cuando ven en la conducta de otros algo que no debe hacerse, con el objetivo de solicitar que se corrija.

Por «nueva tolerancia» no me refiero a la tolerancia como hasta hace poco la entendió mi generación, Para ésta significaba reconocer y respetar las creencias y conductas de otros, aunque no se estuviera de acuerdo con ellas ni se compartieran. La «nueva tolerancia» para la generación presente significa, que todas las creencias y estilos de vida son iguales. Todos son verdaderos y correctos. No hay ideas ni estilos de vida incorrectos. Pero va más allá de todo esto. Nos fuerza (¿es tolerante?) a pensar que todas las creencias y conductas son correctas -aunque se contradigan entre sí-, y estamos por ello obligados (¿es tolerante?) a no sólo darles nuestra aprobación, sino también nuestro respaldo y en última instancia hasta nuestra participación. De otra manera seremos considerados como intolerantes (¿es tolerante?).

La «nueva tolerancia» tiene por cimiento al relativismo. El relativismo (o subjetivismo) moral no es otra cosa que la idea de que las personas deciden lo que está bien y lo que está mal. Que lo bueno y lo malo cambian de persona a persona dependiendo de la época o del país. Después de todo «¿Quién eres tú para juzgar?» nos dicen. Por el contrario, la creencia en los absolutos morales considera que hay principios de comportamiento que son válidos para toda persona en todo tiempo y lugar.

Cuán a propósito aplican en este contexto, las palabras pronunciadas por el profeta Isaías en 5.20: «¡Ay de los que llaman a lo malo bueno y a lo bueno malo, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!».

Pero, ¿es razonable que nuestra cultura adopte el relativismo moral? Como lo hicimos hace algún tiempo en este blog con la doctrina de la reencarnación para demostrar su falsedad y por tanto su indignidad para merecer nuestra confianza, en esta ocasión haremos lo mismo con el relativismo. Vamos a someterlo a análisis (juicio) para ver si pasa la prueba. Aplicaremos el triple filtro de la verdad: el de la coherencia, el de la practicidad y el de la relevancia. Iniciemos:


EL FILTRO DE LA COHERENCIA

«Aunque pierda, voy a ganar». Todos nos reímos de la ocurrencia de mi hijo de seis años, cuando dijo esto mientras competía con su mamá y hermanos en un popular videojuego. Hasta él se dio cuenta de la incoherencia y también rió por lo que había dicho. No se necesita estudiar lógica o filosofía para comprender que no se puede perder y ganar al mismo tiempo (Aristóteles llamó a esto Ley de no contradicción). Bien, hoy acuso al relativismo del mismo error. Quienes desean sostener el relativismo y negar los absolutos caen en el error, en la contradicción, de negar los absolutos usando los absolutos para hacerlo, y eso es hacer trampa, no se puede o no es lógicamente válido. Veamos algunos ejemplos:


- «No hay absolutos» (¿absolutamente?)

- «No me impongas tu moral» (¿tú sí puedes imponerme la tuya al decirme eso?)

- «No me impongas tu verdad» (tú me estás imponiendo ahora tu verdad con lo que me dices)

- «No puedes ser dogmático» (al decirme eso estás demostrando ser bastante dogmático)

- «La verdad no es universal» (¿excepto esta verdad que estás diciéndome?)

- «Nadie puede conocer la verdad» (¿es verdad eso que dices?)

- «La verdad es incierta» (¿también lo que tú dices es incierto?)

- «Todas las generalizaciones son falsas» (¿también ésta que tú haces?)

- «La verdad solo es cuestión de opinión» (tu opinión, por lo que veo)


Tratar de negar los absolutos usando los absolutos, es como decir «Nunca digas nunca», o como si usted tratara de levantarse del piso halando del cuello de su propia camisa, o como cortar la rama del árbol sobre la que está sentado. No hay coherencia interna en el relativismo, pues trata de establecerse usando los absolutos que quiere negar. El relativismo no supera el primer filtro de la verdad puesto que es incoherente.



EL FILTRO DE LA PRACTICIDAD

Este filtro responde a la pregunta: «¿Es posible vivir el relativismo?». Veamos un par de ejemplos.

El filósofo cristiano J.P. Moreland cuenta lo sucedido durante una charla con un estudiante en la habitación de este último. Estaban hablando sobre relativismo y el estudiante, básicamente, sostenía que lo que él consideraba verdadero era verdadero para él, y lo que era verdadero para Moreland también era correcto, aún cuando no hubiera acuerdo entre ellos. Moreland le agradeció el tiempo que habían compartido, tomó el equipo de sonido propiedad del estudiante y se encaminó hacia la puerta. Como era de esperarse, el estudiante protestó. Entonces, Moreland le dijo que estaba de acuerdo con él en cuanto a que la moral es una cuestión personal y agregó que él creía que robar no era malo. El estudiante tenía el derecho de pensar que robar era algo malo, pero no debía imponer su punto de vista moral en aquellos que pensaban diferente. El estudiante, por supuesto, se dio cuenta de la imposibilidad de vivir el relativismo.



En cierta ocasión el pensador cristiano Francis Schaeffer estaba conversando con varios estudiantes, y uno de ellos no compartía el concepto de moral absoluta de Schaeffer. El estudiante opinaba que lo bueno y lo malo lo determinaban las personas y que lo que estuviera bien para una persona era correcto para ella, pero no necesariamente debería ser correcto para los demás. Es decir, la moral es relativa. Por lo tanto no había diferencia entre, por ejemplo, crueldad y no crueldad, porque lo que era cruel para una persona no necesariamente lo era para otra persona. Otro estudiante que estaba atento, decidió poner a prueba esa opinión. Tomó la cafetera llena de agua hirviente y sosteniéndola sobre la cabeza del primer estudiante como si estuviera punto de derramarla, dijo: «No hay ninguna diferencia entre crueldad y no crueldad» (en otras palabras, lo que estaba a punto de hacer era bueno para él). El primer estudiante se levantó y abandonó el salón.

Con toda razón C.S. Lewis escribía en su libro «Mero Cristianismo» (página 24) que «cada vez que se encuentra a un hombre que dice que no cree en lo que está bien o lo que está mal (los absolutos morales), se verá que este hombre se contradice casi inmediatamente. Puede que él no cumpla la promesa que ha hecho, pero si intentan romper una promesa que le han hecho a él, empezará a quejarse diciendo 'no es justo' antes de que ustedes se den cuenta».

En una palabra, los que desean promover el relativismo moral no predican con el ejemplo. No porque no quieran hacerlo, sino porque no pueden. Sencillamente es imposible vivir el relativismo. Por tanto, no puede ser cierto.

EL FILTRO DE LA RELEVANCIA

Todos necesitamos y deseamos desesperadamente paz social, respeto mutuo, seguridad para nuestras familias y nosotros mismos. La paz social, el respeto mutuo y la seguridad son de la mayor relevancia o importancia para nosotros. Pero si el relativismo fuera cierto no habría paz social, ni respeto ni seguridad. Si el relativismo moral fuera cierto y cada persona (o comunidad) define lo que está bien y lo que está mal, entonces ¡Hitler y los Nazis tenían razón, porque para ellos matar millones de judíos, gitanos y homosexuales estuvo bien! Si no hay absolutos morales, no podríamos decir que está mal el «Satí», la práctica de quemar vivas a las viudas junto a los cadáveres de sus esposos en algunas regiones de la India; ni la amputación genital femenina en diversos países; ni la esclavitud de niños en algunas partes de Filipinas. Tampoco podríamos decir que estuvo mal el trágico derrumbe de las torres gemelas en Nueva York, ni que es incorrecta la filosofía del Ku Klux Klan.

Si el relativismo fuera cierto, entraríamos en un choque de distintos sistemas morales entre personas y culturas, esto llevaría al abuso del poder y la violencia, ya que no todos tendríamos el mismo código moral y aquél que tuviese más poder trataría de imponer su sistema a los demás y en consecuencia tendríamos por sociedad un caos, una jungla.



Si el relativismo moral fuera cierto, entonces usted y yo no podríamos pugnar porque el abuso infantil, el robo, el homicidio, el secuestro, fueran sancionados con penas justas (ya que lo justo y correcto para unos no sería justo y correcto para otros). Los que ahora son considerados criminales podrían decirnos: «No me impongas tus valores» o «No me impongas tu moralidad» o bien, «¿Quién eres tú para juzgarme?». Siguiendo esa misma línea de pensamiento, no debería haber delincuentes en las cárceles y el tipo de personas que practican tales cosas estarían libres en nuestros vecindarios, empresas, y calles. Porque, ¿quiénes somos nosotros para juzgarlos? ¿quiénes somos para decir que lo que ellos hacen está mal, si para ellos está bien, pues ellos mismos deciden lo que está bien? ¿Se da cuenta el tipo de sociedad que se crearía? Reflexione en ello.

Lo anterior es una prueba de que los absolutos morales (que no los define el individuo o la sociedad y que son imperativos para todas las personas en todo tiempo y lugar) son necesarios. Se requiere una moralidad homogénea (en mayor o menor grado) para que la sociedad no solo pueda sobrevivir, sino también funcionar de manera adecuada. Se necesita un código moral al que todos puedan apelar en caso de desacuerdo, para pacificar las relaciones.

El relativismo fracasa en aprobar los filtros de la coherencia, practicidad y relevancia. Es decir, no puede negar los absolutos sin usarlos, es una filosofía que es imposible de vivirse y además no da respuesta a las grandes necesidades de paz social, respeto y seguridad que nuestra sociedad, hoy por hoy, necesita de la más desesperada manera. El relativismo no puede ser cierto, por tanto no es digno de que lo creamos. No es digno de nuestra confianza.

Habiendo demostrado que el relativismo moral no puede ser verdadero, la «nueva tolerancia» que depende de él, tampoco puede ser verdadera. Por tanto, el mundo (en el ámbito moral) debería estar de pie y no de cabeza como lo está ahora. ¡Somos alguien para juzgar! Somos personas con inteligencia y con una moralidad inherente, conciencia o «ley natural», como la llamaban los antiguos filósofos, Cicerón por ejemplo, y cristianos y teólogos como Pablo en Romanos 2.14-15. Y por esa misma moralidad que llevamos en nuestro ser (puesta ahí por Dios), podemos decir a alguien cuando está actuando mal e invitarle, por los medios adecuados, a que rectifique sus caminos.

UN MALENTENDIDO CON LAS PALABRAS DE JESUS

Con demasiada frecuencia ha habido un malentendido respecto a las palabras de Jesús registradas en el evangelio de Mateo 7.1-5 como si fueran una prohibición total respecto a analizar y corregir la conducta de los demás. Pero debemos leer con mucho cuidado esas palabras. En suma, lo que Jesús está haciendo aquí es prohibirnos que juzguemos a los demás de manera hipócrita. Es decir, que pidamos a los demás que se comporten de manera que no estamos dispuestos nosotros a practicar. Esto es, que pidamos a los demás lo que no estamos dispuestos a hacer nosotros mismos. En el verso 5, Jesús nos pide corregir primero nuestra manera de actuar (sacar la viga de nuestro ojo), para después solicitar a nuestro prójimo que corrija la suya (sacar la astilla de su ojo). Esto concuerda perfectamente con las palabras del apóstol Pablo en Romanos 2.1. Ese es el sentido correcto del pasaje. Lea las palabras de Jesús en Juan 7.24 y las de Pablo en 1 Corintios 6.4-5.

Lector amable, ¿cómo le gustaría que le trataran? No conozco persona en su sano juicio que desee ser robado, secuestrado, abusado, ultrajado. Todos queremos ser tratados con respeto, dignidad, cordialidad, amabilidad. Todos deseamos que los demás nos digan siempre la verdad y que sean honestos y fieles en sus relaciones para con nosotros. Hay una moralidad que varía, sí, aunque muy poco, de una cultura a otra. Hay más acuerdo moral que desacuerdo de sociedad a sociedad (Véase aquí «La abolición del hombre» a partir de la página 81, también de C.S. Lewis). Hay una moralidad universal. Una especie de ley escrita en nuestras conciencias (Romanos 2.15). Aunque por habernos acostumbrado a desoír esa conciencia frecuentemente (1 Timoteo 4.2 y Tito 1.15), se hace necesaria la moralidad revelada en la Palabra de Dios, la Biblia. Tema que trataremos en otra ocasión por falta de espacio hoy. Por el momento debemos decir que sí somos alguien para juzgar. Es suficiente por esta vez decir que esa ley natural o sentido ético que todos llevamos dentro proviene de Dios, nuestro creador. Y es precisamente el sentido moral una de las varias demostraciones de la existencia de Dios.

Recuerden: Creer es también pensar.